martes, 3 de xuño de 2014

TODO SE TRADUCE





OS BÁRBAROS

Nos, os bárbaros, vivíamos en montañas, en covas húmidas e escuras, comendo bagas, roubando ovos dos niños, e apertándonos os uns ós outros cando a noite facíase insufrible.
Era certo que, as veces, un trémolo xordo chamábanos. Temerosos, descendíamos polo bosque ata ver o camiño que construíran os homes do poboado, e víamos as caravanas, as ricas carruaxes, os soldados de brillantes coirazas. E era tanto u odio e a envexa e a rabia, que precipitabamos sobre eles grosas pedras (Eran a nosa única arma) e escapabamos antes de que nos alcanzaran os seus dardos.
As veces, no máis sombrío e intricado do bosque, aparecían homes do poboado que berraban e axitaban os brazos. Acercábanse e ofrecíannos inútiles obxectos. Acariciaban ós nenos e, con xestos, tentaban ensinarnos algunha cousa, pero iso ofendíanos e faltaba que un dos nosos gruñise para que todos nos abalanzásemos sobre eles e esnaquizáramos os seus artilúxios e os despezaramos. Os homes que viñan o noso encontro non eran, ademais, coma os soldados. Eran infelices que se deixaban atropelar, que choraban se rompíamos as súas caixas de finas follas de signos apertados. Dos soldados fuxiamos, pero a aqueles vellos que viñan en son de paz poderíamos atalos ás arbores e torturalos sen perigo. Babexando, danzabamos diante deles, aplicabámoslles brasas candentes, ofrecíamolos á fame das mulleres e dos nenos que colgaban dos seus peitos.
Sen embargo, as veces, disciplinados exércitos de soldados avanzaban xeometricamente sobre o bosque. Nos berrabamos, lanzabámoslles pedras, mostrabámoslles as bocas desdentadas, co xesto de ameaza que víamos por ós cans, pero eles despregábanse, e capturaban algúns dos nosos, e os lanceaban, e  os demais só podíamos retroceder, internarnos máis no bosque, ocultarnos no máis espeso, no máis inhóspito das súas profundidades.
Agora xa case todo o bosque era seu. Rebeldes, rabiosos, ascendemos polas montañas mentres eles estenden os seus poboados, os seus camiños empedrados, os seus obedientes animais. Debemos retirarnos cada vez máis, ata conxelarnos de frío nestes cumios de neve onde nada vive, onde nada hai que lles poida ser útil. Aquí apertámonos, minguados, incapaces de comprender cómo son tan hábiles para aplicarse sobre o corpo finas peles de onde sacan as súas afiadas armas.
Nas montañas, loitamos por sobrevivir fronte os osos e a chuvia. Vagamos na busca de comida, aínda que cada vez é máis difícil evitar ós homes do poboado, os homes sabios, ós que tanto odiamos.

Eles creen que non pensamos, pero equivócanse. Abondaría que viran as nosas unllas rotas de escarvar na terra, a nosa ollada agre e intolerante, a nosa rabia; abondaría iso para que ó fin déranse conta de que tamén sabemos preguntarnos por que a vitoria ten que ser súa.



Pedro Ugarte
Tradución de Aarón 
Todo o que está en vermella hai que correxilo


Los Barbaros
Nosotros, los bárbaros, vivíamos en las montañas, en cuevas húmedas y oscuras, comiendo bayas, robando huevos de los nidos y apretándonos los unos contra los otros cuando la noche se hacía insufrible.
Era cierto que, a veces, un trémolo sordo nos llamaba. Temerosos, descendíamos por el bosque hasta ver el camino que habían construido los hombres del poblado, y veíamos las caravanas, los ricos carruajes, los soldados de brillantes corazas. Y era tanto el odio y la envidia y la rabia, que precipitábamos sobre ellos gruesas piedras (eran nuestra única arma) y escapábamos antes de que nos alcanzaran sus dardos.
A veces, en lo más sombrío e intrincado del bosque, aparecían hombres del poblado que gritaban y agitaban los brazos. Se acercaban y nos ofrecían inútiles objetos. Acariciaban a los niños y, con gestos, trataban de enseñarnos alguna cosa, pero eso nos ofendía, y bastaba que uno de los nuestros gruñera para que todos nos abalanzáramos sobre ellos y destrozáramos sus artilugios y los despedazáramos. Los hombres que venían a nuestro encuentro no eran, además, como los soldados; eran infelices que se dejaban atropellar, que lloraban si rompíamos sus cajas de finas hojas llenas de signos apretados. De los soldados salíamos huyendo, pero a aquellos viejos que venían en son de paz podíamos atarlos a los árboles y torturarlos sin peligro. Babeando, danzábamos delante de ellos, les aplicábamos brasas candentes, los ofrecíamos al hambre de nuestras mujeres y de los niños que colgaban de sus pechos.
Sin embargo, a veces, disciplinados ejércitos de soldados avanzaban geométricamente sobre el bosque. Nosotros chillábamos, les lanzábamos piedras, les mostrábamos las bocas desdentadas con el gesto de amenaza que veíamos poner a los perros,  pero ellos se desplegaban, y capturaban a algunos de los nuestros, y los lanceaban, y los demás sólo podíamos retroceder, adentrarnos más en el bosque, ocultarnos en lo más espeso, en lo más inhóspito de sus profundidades.
Ahora ya casi todo el bosque es suyo. Rebeldes, rabiosos, ascendemos por las montañas mientras ellos extienden sus poblados, sus caminos empedrados, sus obedientes animales. Debemos retirarnos cada vez más, hasta aterirnos de frío en estas cumbres de nieve donde nada vive, donde nada hay que les pueda ser útil. Aquí nos apretamos, diezmados, cada vez más hambrientos, incapaces de comprender cómo son tan hábiles para aplicarse sobre el cuerpo finas pieles, de dónde sacan sus afiladas armas.
En las montañas, luchamos por sobrevivir frente a los osos y la lluvia. Vagamos en busca de comida, aunque cada vez es más difícil evitar a los hombres del poblado, los hombres sabios, los que tanto odiamos.
Ellos creen que no pensamos, pero se equivocan. Bastaría que vieran nuestras uñas rotas de escarbar la tierra, nuestra mirada agria e intolerante, nuestra rabia; bastaría eso para que al fin se dieran cuenta de que también sabemos preguntarnos por qué la victoria ha de ser suya.




carballeira no Castro de Penalba







O conto do galo capón



               Os que querían durmir, non por esgotamento senon por nostalxia dos sonos recurriron a toda clase de métodos esgotadores. Reuníanse a conversar sen tregua, a repetirse durante horas e horas os mesmos chistes, a complicar ata os límites da exasperación o conto do galo capón, que era un xogo infinito no que o narrador preguntaba se querían  que lles contara o conto do galo capón, e cando contestaban que , o narrador dicía que non pedira que dixeran que , senon que se querían que lles contara o conto do galo capón, e cando contestaban que non, o narrador dicía que non lles pedira que dixeran que non, senon que se querían que lles contara o conto do galo capón,  e cando se quedaban calados o narrador dicía que non lles pedira que quedaran calados, senon que se querían  que lles contara o conto do galo capón, e ninguén podía marchar, porque o narrador dicía que non lles pedira que se foran, senon que se querían que lles contase o conto do galo capón, e así sucesivamente, nun círculo vicioso que prolongábase por noites enteiras.

García Márquez
Tradución de Ana




   Los que querían dormir, no por cansancio sino por nostalgia de los sueños, recurrieron a toda clase de métodos agotadores. Se reunían a conversar sin tregua, a repetirse durante horas y horas los mismos chistes, a complicar hasta los límites de la exasperación el cuento del gallo capón, que era un juego infinito en que el narrador preguntaba si querían que les contara el cuento del gallo capón, y cuando contestaban que sí, el narrador decía que no había pedido que dijeran que sí, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y cuando contestaban que no, el narrador decía que no les había pedido que dijeran que no, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y cuando se quedaban callados el narrador decía que no les había pedido que se quedaran callados, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y nadie podía irse, porque el narrador decía que no les había pedido que se fueran, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y así sucesivamente, en un círculo vicioso que se prolongaba por noches enteras.





Ningún comentario: